martes, 17 de agosto de 2010

3 El descanso

Desperté precipitadamente en estado inmóvil acostado sobre mi espalda y vestido para la ocasión, con mi único saco de sastre y corbata negra a rayas blancas, con las manos sobre el pecho en posición de descanso, mis zapatillas más brillantes que nunca que combinaban a la perfección con el traje de sastre, el olor de cientos de flores e incienso perturbaba mi descanso, mis uñas tan pálidas como mi rostro y mis ojos aun cerrados escuchaba atento y galante los susurros y ruidos que a mi llegaban pero enmudecido y no de la sorpresa.

Encerrado en mi caja de fríos pero alegres adornos con paredes blancas y acolchonadas escuchaba atento los interminables cuchicheos de la gente que se encontraba en aquel grande salón, con aire bastante pesado aliviado únicamente por las ráfagas de viento que entrababan a través de las numerosas puertas y ventanas y estas también se llevaban los llantos y suspiros a punto de expirar en el olvido de la noche, aunque los ramos de flores eran muy bellos y numerosos parecía que estos no podían atenuar la tristeza de todos los ahí presentes.

Un señor estaba adherido a un negro bigote y una gran nariz sobresalía de su rostro, su notable estatura estaba en plena armonía con su grueso aspecto, con unos anteojos llamativos de esos que llevan las personas mayores y con una voz muy fuerte daba un profundo discurso… y así se le pasaban las horas hablando sobre la vida, la muerte, el olvido, el perdón, los miedos, las tristezas nuestras acciones buenas y malas y otros temas de los cuales yo nunca había profundizado. Mientras todos escuchaban atentos una señora triste repartía café a las personas que escuchaban atentos, el discurso parecía que los había puesto más sensibles y las lágrimas brotaban de los ojos de algunos, la señora triste que repartía café para soportar mejor la fría noche, estaba cansada y de vez en cuando se llevaba una mano a la cara y lloraba desconsolada deseando que aquello no fue cierto mientras con la otra sostenía la bandeja del café caliente.

Pasado el discurso las damas tristes de negro con blancos cabellos comenzaron a entonar a una misma voz rosarios y oraciones extrañas una y otra vez en coro, dentro de poco las flores se marchitarían las tirarían a la basura. Todos lloran. Todos están tristes…excepto yo. Quisiera por un momento levantarme, correr, reír, perdonar y jugar de nuevo, supongo que por ahora eso es más que imposible de lograr a menos que sea a través de recuerdos sueños e ilusiones.

Extrañamente ya no tenía deseos de hacer el amor con mi novio, no quería sentirme amado ni estar enamorado, no quería que el llorara sobre mi…pero con los ojos cerrados me entregué al descanso sabiendo que dentro de poco desaparecería bajo tierra y me convertiría en olvido.

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