jueves, 16 de septiembre de 2010

El pecado de Dorian


Aquella tarde en la iglesia las mojas rezaban el santo rosario a la virgen de turno, al otro extremo frente al Cristo crucificado yo descubría bajo aquella sotana sagrada un nuevo paraíso desconocido, el santo padre con su rostro sonriente me daba una copa de vino, yo me la tomaba de un trago, arrugaba mi rostro y cerraba los ojos, los abría, el santo padre me abrazaba besaba mi frente y ponía sus manos en mis hombros y hacia que me agachara mientras él se quedaba de pie, yo abría la boca y tomaba el elixir divino que el santo padre ponía frente a mi rostro, el me explicaba que hacia esto para bendecir mi cuerpo, mi alma y mente.

La virgen María sonreía desde su retrato pintado colgado en la pared aprobando mis acciones y diciéndome que con su voz suave y serena que me dejara llevar al reino de los cielos. Los rayos del sol entraban por la ventana y dejaban ver mi cuerpo andrógino que recibía sus primeras caricias celestiales, ya acostado boca abajo, el santo padre ahora desnudo se montaba sobre mi frágil cuerpo y expulsaba los demonios con la serpiente que entraba con movimientos bruscos hasta que el agua vendita era derramada en el interior de mi ser, la serpiente salía y yo cerraba los ojos, me mordía la boca, aguantaba el dolor y limpiaba mis lagrimas.

Luego el santo padre juntaba mis manos y me daba la bendición, cerraba mis ojos y sonreía por que había experimentado como Dios entraba en mi cuerpo y su esencia ahora me acompañaba en mis entrañas y me protegerían del mal y del pecado. Ya era salvo y Dios me recibiría en el reino de los cielos por que había hecho su santa voluntad.

El santo padre limpiaba la sangre de Cristo que había quedado en mi cuerpo, me bañaba, me secaba, me vestía y me abrazaba. Luego cambiaría las sabanas, yo me iba para mi casa con una sonrisa en el rostro y una duda en mi corazón. Mi cuerpo quedaba adolorido por varios días ya que el espíritu santo es muy fuerte y mis pecados eran muchos.

Me guardaba el secreto por recomendación del santo padre, que deseaba más que nada mi salvación, mi pureza y preservar mi inocencia. El domingo en la misa matutina yo ponía mucha atención a las palabras del santo padre me daba nuevamente el cuerpo y la sangre de Cristo esta vez junto a mis padres, me guiñaba el ojo, me sonreía mientras yo decía Amen.

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